¿Dónde se encuentra el potencial de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para renovar la política y favorecer la participación ciudadana? Recupero estos párrafos perdidos por el wiki a inicios de 2008, que nunca se publicaron en el libro al que estaban destinados, los releo y creo que sigue todo vigente (a falta de actualizar algunos links y de imponer a la fuerza varios puntos y seguido 🙂
En diciembre de 2006 la revista Time Magazine nos escogió a ti y a mí personas del año, junto a todo el resto de quienes leyeran aquel ejemplar, como un ejemplo de hasta qué punto los millones de participantes en blogs y proyectos de Internet como Wikipedia, YouTube o MySpace debían ser reconocidos en su conjunto, en tanto que representan el auge de la sociedad red, por su participación a la hora de crear y compartir contenidos digitales y establecer una larga conversación descentralizada que incluso podría imprimir un nuevo impulso a la democracia.
Motivos para el escepticismo
El ejemplar nunca cayó en mis manos pero lo pude leer en su versión digital. Y sólo por ese hecho, aunque no hubiera participado en ninguna de las iniciativas digitales que enumera, mi condición de internauta me convertía en aludido y me nombraba en aquella pantalla gris del ordenador dibujado en la portada, donde con grandes letras negras decía “You” (Yes, you. You control the Information Age. Welcome to your world).
Lejos de fijar mi lugar en la historia, y mucho más lejos aún de confirmar un control sobre la Era de la Información que dudo poseer, lo que esa elección simbolizó entonces es cierta combinación de tendencias, de creencias, mitos, optimismos y omisiones que sería interesante abordar para tratar de entender hasta qué punto pueden estar tanto influyendo en la sociedad y rigiendo agendas políticas, mediáticas e institucionales. Y así poder vislumbrar si efectivamente las esperanzas depositadas en las (ya no tan) nuevas tecnologías y su uso social para contribuir al progreso humano son justificadas o no. Resulta obvio, pero no debe omitirse a fin de que funcione como contraste (admito que efectista contraste), que dicho ejemplar no significó nada en absoluto si fue a parar a manos de un refugiado de Darfur, un preso de Guantánamo o un trabajador de una maquila en China, por poner tres ejemplos, porque existe un límite que admite pocos matices en la denominada brecha digital, y que deja a un lado a la mayoría de la población en el acceso a las tecnologías de la comunicación que están marcando instrumentalmente la pauta del mundo en que vivimos.
Un mundo que si se hace el ejercicio de empequeñecer hasta sólo 100 habitantes para considerar mejor algunas de sus proporciones, como propone el proyecto Miniature Earth y recuerda a veces una conocida cadena de correo electrónico, muestra que sólo 14 tienen un ordenador y sólo 3 acceso a Internet, 7 han recibido educación secundaria y 6 poseen el 59% de la riqueza mundial. Entre esa minoría privilegiada, por tanto, es donde se debería buscar las pistas que conduzcan a la repuesta de la pregunta inicial, si es que por ejemplo Internet puede estar siendo una tecnología que mediante su uso y apropiación sirva o lleve a una mejora de la democracia, y por ende de los derechos humanos y de la sociedad en su conjunto.
Aunque excesivamente arbitrario, un posible indicador a tener en cuenta para ello, dentro ya de lo que son los hábitos mayoritarios de uso de Internet, podría ser el resultado de las búsquedas anuales más populares a través Google, donde por ejemplo en 2007 destacan American Idol, Britney Spears o el campeonato mundial de cricket como mayores suscitadores del interés general. Algo que da pistas sobre hasta qué punto la actividad mayoritaria de los internautas se aleja de buscar información en torno a supuestas inquietudes políticas o problemáticas sociales, o cuanto menos está principalmente dirigida a complementar la información de los medios tradicionales de comunicación y su principal uso como fuente de entretenimiento.
Además del tipo de uso de Internet que sugieren esas búsquedas mayoritarias, supuestamente llevadas a cabo por un amplio espectro de la población con acceso a ordenadores personales con conexión a la red (y que para nada excluyen la posibilidad de que en el mundo online se den, a menor escala, prácticas significativas de comunicación en contextos de participación democrática, así como diferentes iniciativas de tipo político), otro hecho a tener en cuenta es que existe una infraestructura global de comunicaciones digitales (compuesta por trazados kilométricos de cables de fibra óptica, y de satélites que reciben y envían datos diariamente a gran escala) y también grandes nodos de poder en torno al uso y flujo de datos digitales (como Microsoft, las operadoras de telecomunicaciones o el propio Google) que configuran lo que Javier Echeverría denomina “señores del aire“.
Una especie de reinado mundial en la sombra ganado a base de ser punto de paso de enormes cantidades de datos susceptibles de procesamiento y análisis, configurado por una constelación de empresas transnacionales y servicios de inteligencia cuya interrelación no es posible verificar ni evaluar públicamente, pero que con toda probabilidad supone un fiel reflejo del reequilibrio de poderes que actualmente se está produciendo entre el debilitamiento operativo de los Estados y la capacidad de influencia sobre la sociedad de los flujos de capital.
En ese ámbito, más que en ningún otro, la información es la moneda de cambio, y la actividad digital del ciudadano medio una parte inifinitesimal de los algoritmos que sistemas como por ejemplo Echelon o Carnivore (por citar dos de reciente pero olvidada actualidad) procesan constantemente mediante bases de datos de bases de datos que, si bien garantizan la utilización de todos los medios técnicos posibles en pos de adaptar la oferta a la demanda a nivel global, así como de la lucha contra lo que a cada momento se considere como enemigos de la sociedad, dejan a ésta en una condición de perpetua libertad vigilada. Algo que uno diría tiende a aumentar y a agravarse en el actual marco de constante digitalización de la experiencia humana, verdadero signo de los tiempos que nos ha tocado vivir junto con la aceleración y la movilidad de las que nos habla Bauman en La modernidad líquida.
Esos tres rasgos son distintivos de la sociedad actual en los países desarrollados, cuya idea de progreso pasa necesariamente por la utilización indiscriminada de las TIC y una aceptación casi jovial de la facilitación de datos personales mediante éstas, la cual corre paralela a la utilización de cámaras de vídeo en lugares públicos (en Estados Unidos hay ya más de 30 millones de cámaras de vigilancia, y el americano medio es grabado por ellas unas 200 veces al día), a la silenciosa implantación de tecnología RFID en productos de consumo y tarjetas de identificación personal (que permite potencialmente seguir su trazado de modo desapercibido) o al registro e indexación exhaustivos de identidades que se efectúan ya en innumerables aeropuertos y fronteras del mundo.
Consideremos además que hablamos de una etapa de la historia sin grandes movimientos sociales ni políticos, en comparación con épocas precedentes en las sociedades avanzadas, donde se constata la decadencia de la participación cívica en el ámbito offline (Putnam, 2000) y la expansión de economías ya no basadas tanto en la producción como en el consumo de bienes y servicios. Algo que configura un tipo de sociedad de masas orientada más hacia lo doméstico que lo comunitario, cuya capacidad para la coordinación en la protesta obedece más a momentos puntuales de agitación económica o mediática que a la organización política basada en movimientos de corte ideológico, donde “la adaptación a las exigencias de la globalización requiere acabar con los mismísimos fundamentos de la conciencia histórica, con el propio pensamiento de clase” (Amorós, 2006).
Se trata de sociedades frágiles, narcisistas y desarraigadas en que cabe cualquier miedo, que hemos abrazado mayoritariamente la tecnología como una nueva fuente de realización personal o capacitación profesional para las que el software y el hardware son herramientas de entretenimiento, de eficiencia o de relaciones personales mediatizadas y generalmente condicionadas por la emisión discontinua de señales. Pese a que no hay que infravalorar la potencialidad de las TIC para promover la generación de discurso y de generación de significado, en forma de conversaciones distribuidas y en cierto modo aglutinadoras de intereses comunes (algo sobre lo que volveremos más adelante), lo cierto es que su apropiación ha supuesto también el traslado al ámbito online de la totalidad de los rasgos culturales de la sociedad de consumo. Sus modas, banalidades y hábitos de comunicación, regidos por un presente continuo y una exaltación de lo novedoso que dificultan la tarea de identificar o considerar cierta posible emancipación personal y civil a gran escala a través de las nuevas (insistamos, ya no tan nuevas) tecnologías.
A ello hay que sumar la tendencia generalizada desde el discurso político e institucional en buscar en palabras clave como ‘innovación’ o ‘conocimiento’ el bote de salvación ante una realidad económica que insiste, con tozuda regularidad, en recordar que la deslocalización y el movimiento de capitales están desdibujando el futuro del estado del bienestar a medio e incluso corto plazo (Castells, 2000).
Y así se suceden los esfuerzos de administraciones estatales, autonómicas y locales en sumarse a una auténtica carrera tecnológica que transforme muchas economías históricamente basadas en la industria, los servicios o los recursos naturales en polos de atracción de lo que se ha dado en denominar “sociedad informacional”, un cambio de paradigma conceptual donde geográficamente hay que distinguir entre los focos de producción que se mueven en base a la identificación de bajos costes, por un lado, y por otro los puntos neurálgicos de coordinación, I+D y logística que todo Estado debe desear ver materializados bajo su tutela. A otra escala, y por el contrario surgido hasta la fecha como una tendencia mayoritariamente de abajo arriba, en las jerarquías profesionales parece estar calando también de un tiempo a esta parte el discurso de que el uso de las TIC puede suponer cierta ventaja adaptativa y un plus a la eficiencia a la hora de competir externa e internamente en las empresas, tanto en el ámbito comercial como personal, respectivamente.
Ello está dando pie a toda una serie de evangelizaciones tecnológicas de procedencia diversa, principalmente canalizadas a través de servicios de consultoría al uso pero también de profesionales multidisciplinares y pioneros en el despliegue de su propia identidad digital, lo cual tiene su equivalente aproximado en otros contextos más próximos a lo político, como son el de ONGs, instituciones educativas, movimientos sociales y un largo etcétera de organizaciones que también trabajan en red y pueden ver optimizados sus procesos gracias al uso de tecnologías de comunicación.
Si bien esa adopción estratégica de las TIC puede cumplir las promesas prácticas de mejora de la intercomunicación entre nodos humanos e informacionales, y por tanto beneficiar por igual a cualquier organización en red de individuos que trabajen en proyectos comunes orientados a fines humanitarios, ecológicos o cívicos, también debe considerarse que ello supone un coste significativo en tanto que implica una inversión de tiempo determinada a fin de superar diversas curvas de aprendizaje y que, en última instancia, puede estar generando brechas digitales internas a causa de las dificultades de adopción y de capacitación para hablar un lenguaje tecnológico común.
Brechas digitales internas que pueden dejar a un lado o parcialmente operativos a agentes que de otro modo (esto es, en entornos de discusión clásicos como asambleas o conversaciones offline) podrían estar implicándose más y mejor en las causas comunes. Se trata de una cuestión que afectaría tanto a los núcleos primarios de gestión y coordinación, donde muchas decisiones y acciones se ven actualmente supeditadas a la negociación asíncrona mediada por computador, como a aspectos clave externos como son la difusión y la implicación en iniciativas afines, que ya no dependen tanto de redes sociales ni medios de comunicación digamos que clásicos como de experiencias de comunicación experimentales aún basadas en Internet o en telefonía móvil.
Otro ámbito paradigmático, preñado hace tiempo de posibilidades y promesas sobre las implicaciones que puede tener la adopción de la tecnología en el ámbito de la participación democrática, sería el caso del voto electrónico, una apuesta por la implementación de sistemas telemáticos de identificación personal y de registro y recopilación de datos que se ha probado ya en convocatorias electorales de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Brasil, Venezuela, India, Francia o Irlanda, entre muchos otros.
Pese a la falta aún de suficiente documentación y pruebas técnicas de transparencia y seguridad (así como de procedimientos adecuados de auditoría técnica) el voto electrónico supone una apuesta incipiente en muchos países democráticos cuya esperanza es fomentar así la participación (y supuestamente poder llegar a lugares y personas para los que los procedimientos de voto presencial suponen dificultades de todo tipo) y al mismo tiempo aumentar la fiabilidad y velocidad de publicación de los resultados electorales.
Dicha adopción y apuesta tecnológica, que normalmente introduce diferentes tipos de dispositivos ad hoc para la emisión y recuento de votos (y que representa un sector emergente de oportunidades económicas para empresas especializadas, en estrecha alianza con instituciones y gobiernos), están por lo general cerrados al escrutinio público (Fundación Vía Libre, 2009), y suponen una alteración significativa de un tipo de evento social cuyas pautas, procedimientos y ritualización suponen además un claro exponente de que la política no sólo se circunscribe a las decisiones de los partidos políticos o los gobiernos, sino que mediante el acto presencial del voto también implica periódicamente lugares y rituales de socialización y de participación democrática.
Dichos contextos sociales, bajo diferentes formas de lo que supone una jornada electoral (y que tampoco está exenta en muchos países de sospechas recurrentes sobre su correcto desarrollo), estarían pasando a experimentarse como mediatizados por máquinas y por interfaces que no pueden garantizar en muchos casos la ausencia de errores ni de fraudes (baste para ello con recordar las polémicas irregularidades de las elecciones presidenciales de 2000 en Estados Unidos, concretamente en el estado de Florida, o el más reciente de las elecciones al parlamento escocés de mayo de 2007, donde un informe del Open Rights Group ponía en tela de juicio la fiabilidad del proceso de voto electrónico empleado).
Lo “2.0”
Si volvemos a lo que celebraba la portada de Time Magazine en su número dedicado al personaje del año en 2006, esto es, la confirmación de una nueva etapa en la breve historia de Internet que coincide de pleno con lo que se ha dado en denominar web social o 2.0, sería necesario considerar qué características básicas y prácticas componen ese supuesto nuevo fenómeno.
Especialmente por el hecho de que pueden ejemplificar mucho mejor parte de lo arriba dicho en cuanto al discurso tecnológico imperante, a la apropiación social de las TIC que está produciéndose e, incluso, a si implica algún elemento nuevo que justifique de algún modo las esperanzas a menudo depositadas en el uso de Internet para una mejora del empoderamiento individual y colectivo en los países en desarrollo y en esta parte tan definida de las sociedades desarrolladas (así como para la autonomía personal de las personas que las integran y para su capacidad de participar e influir en la esfera política y en la profundización democrática).
Hablar de web 2.0 es no obstante complejo, desde los propios orígenes del término hasta la pertinencia de incluir bajo su denominación fenómenos, tendencias y tecnologías ya existentes en la historia temprana o anterior de Internet, algo a lo que sumar que a día de hoy se sigue percibiendo una desigual adopción y ejemplificación del mismo en diferentes ámbitos.
En primer lugar, debería llamar la atención el hecho de que “lo 2.0” se gestara terminilógica y conceptualmente en un encuentro de representantes de determinadas élites informacionales que “sobrevivieron” a la denominada burbuja de Internet, auspiciado por la compañía editorial norteamericana O’Reilly Media en 2004, y donde se puso el énfasis en que se abría una nueva época de oportunidades económicas e interactivas gracias a una “segunda generación de Web basada en comunidades de usuarios y una gama especial de servicios, como las redes sociales, los blogs, los wikis o las folcsonomías, que fomentan la colaboración y el intercambio ágil de información entre los usuarios” (de Wikipedia).
A partir de ahí, reproduciéndose gradual pero velozmente con la agilidad de un meme (esto es, una unidad de información cultural que se transmite de un individuo a otro con similar eficacia a la de un virus), la idea fue extendiéndose y ejemplificándose por las prácticas comunicativas de la red y sus nodos de reflexión teórica, y luego los planes de marketing, educativos, institucionales y diríase que en la actualidad de cualquier iniciativa privada o pública que pretenda tener una presencia actualizada en Internet. Bajo esa óptica, cualquier blog o wiki supone una expresión de lo 2.0, así como un vídeo de YouTube, una página web donde varios usuarios publiquen y relacionen sus fotos o una aplicación que mezcle tecnologías diversas como la geolocalización o la interrelación entre usuarios.
Pero más allá de especificaciones técnicas como la sindicación de contenidos o los lenguajes de marcado, para que la información y la forma de presentarla estén claramente separadas, existe desde que se puso la moda 2.0 en marcha, en y desde Internet, una serie de conceptos que no fueron inventados para la ocasión sino que configuran una recuperación y nueva puesta en escena de dinámicas y fenómenos previos que posibilita la tecnología: desde el de inteligencia colectiva (donde el todo es mayor que la suma de las partes) hasta el de larga cola (nuevos nichos de mercado muy específicos pero sobreabundantes, basados en la personalización), pasando por el de beta perpetua (los procesos, productos o servicios pueden lanzarse incluso antes de su finalización, para así permitir un mejor feedback temprano de sus usuarios) o el de prosumidor (donde el consumidor pasa a ser al mismo tiempo productor total o parcial del objeto de consumo).
Respecto a este último paradigma, las nuevas pautas de creación, participación y distribución a manos de los propios usuarios configuran un tipo de relaciones que ya no son las de productor-consumidor tradicionales, sino que al igual que uno debe repostar gasolina con sus propias manos en las estaciones de servicio, o bien montar en casa su mueble recién adquirido, implican que el usuario (el prosumer) debe encargarse cada vez más de una importante de los modos de producción informacional, diríase que allí hasta donde sea posible (Ritzer, 2009).
Así, lo que en un formato de publicación abierta, estructurada, sindicable y fácilmente gestionable como es un weblog puede suponer un importante medio de expresión personal (donde según Technorati la blogoesfera en 2007 llegaba a la cifra de 70 millones de blogs, con un porcentaje de 120.000 nuevos cada día, a una media de uno y medio cada segundo), cuando la mayoría pueden ser creados gratuitamente, y en muchos casos suponer una fuente de información alternativa a medios de comunicación tradicionales como televisión, radio o prensa, surge por un lado la cuestión de a qué intereses económicos puede estar beneficiando dicha adaptación masiva de un software específico, por un lado, y por otro los propios retos y cambios de paradigma que pueden representar en su conjunto respecto a dichas fuentes tradicionales de información.
Respecto a lo primero, y pese a que la respuesta sobre los beneficios apunte en primera instancia a los proveedores de la infraestructura tecnológica y responsables de su mantenimiento (esto es, las proveedoras de servicios de conexión a Internet, que amplían su despliegue de negocio a medida que la sociedad se va apropiando herramientas y generando hábitos de uso en paralelo a necesidades de conexión), así como estrategias de publicidad relacional como la que ejemplifica Google AdSense o las propias plataformas gratuitas de hosting de bitácoras electrónicas, la expresión masiva de gustos, preferencias y opiniones que representan en su totalidad los blogs, configuran también una amplísima base de datos y de herramienta promocional que pese a su complejidad supone una oportunidad para detectar y explorar oportunidades de mercado y el pulso ideológico de la red, algo nada desdeñable a la hora de diseñar estrategias de márketing comercial o político.
En relación a los cambios de paradigma que todo ello representa, por ejemplo respecto a campañas electorales donde la expectación es elevada y la competencia por propagar el mensaje de determinado candidato aferrizada, las interrelaciones entre blogs y su capacidad de difusión y de llegar allí hasta donde no alcanzan los medios tradicionales suponen cada vez más una parte importante de los esfuerzos de los partidos políticos y sus spin doctors para convertir sus campañas en cibercampañas lo más completas y meméticas que sea posible.
Otra cosa es la supuesta y difundida noción de que estas nuevas fuentes de publicación y difusión, donde los blogs juegan un papel preeminente, puedan conducir a una mayor y más completa capacidad de estar informados por parte de la ciudadanía, algo que debería supeditarse a la noción de que pese a que dichas fuentes hayan experimentado un crecimiento exponencial los últimos tiempos, la capacidad individual cognitiva y temporal de dedicación a informarse por parte del ciudadano medio no ha variado significativamente, sino que de hecho debe adaptarse ahora a cantidades ingentes de nuevos datos y puntos de vista sobre los mismos, y por tanto (y por muy filtrada y personalizada que sea dicha información) dedicar aún más tiempo a seleccionar entre la oferta existente.
En ese sentido, resultados como los de The Pew Research Center (2007) sobre cómo han afectado durante los últimos 20 años estos nuevos medios al conocimiento público de asuntos de actualidad, concretamente entre la población norteamericana, muestra índices similares de desconocimiento respecto a varios representantes nacionales e internacionales secundarios y asuntos de actualidad política concretos. También de estar en una medida similar al día respecto a figuras más mediáticas o asuntos polémicos, tanto entre los encuestados que se mantienen fieles a canales concretos de televisión y diarios específicos como los que combinan su consulta con fuentes digitales entre las que se encuentran blogs, prensa digital o agregadores de noticias como Google News.
Pese a que pudiera no existir, por tanto, evidencia de que el consumo de nuevos formatos de fuentes de información digital lleve a un aumento del conocimiento sobre asuntos de importancia pública relacionados con la esfera política (tanto en cuestiones de interés nacional como internacional), cabría aún considerar si la implicación de los internautas que mantienen blogs de manera proactiva (y por tanto no caen sólo en la categoría de consumidores sino de productores de información, tal y como los definíamos en el párrafo anterior), pudieran representar como tales un tipo de participación digamos que reflexiva en torno a los asuntos que tratan, y por tanto también cuando esos asuntos entren dentro de la categoría de asuntos relacionados con la política de algún modo u otro.
Esto es, la propia discursividad que se supone inherente a la interrelación entre participantes de blogs afines o relacionados, largas conversaciones distribuidas que pueden crecer a menudo hasta implicar en diferente grado a cantidades significativas de usuarios, que hasta la fecha no ha sido posible reflejar en su totalidad por ningún estudio riguroso, debido probablemente a la propia complejidad de relaciones entre nodos que representa. Aquí la cuestión se torna más complicada, en tanto que el filtrado de conocimiento que representan y la variedad de profundización respecto a la misma pueden ir desde la expresión detallada del punto de vista del emisor en cuanto a determinada información, hasta el simple copiado y pegado de lo visto en otra fuente (a veces uno puede suponer que ni siquiera leído en profundidad).
Algo extensible en menor medida a los comentarios que determinado post pueda suscitar pero que en cualquier caso determinaría diferentes grados de implicación y profundización individual y por ende colectiva en asuntos de interés público y político, y que abre la de cuestión si bajo circunstancias específicas (esto es, cuando determinados blogs clave se centran simultáneamente en asuntos nuevos o no tratados en la agenda política) dichos medios pueden suponer un foco de interés o marco intrepretativo que suscite la atención de los medios de difusión masiva tradicionales, influyendo a continuación en la agenda o el debate político del momento.
Mucho de lo dicho en cuanto a los blogs y su papel en el ámbito político y participativo es extensible a los microblogs tipo Twitter y las denominadas redes sociales, otra tendencia tecnológica y cultural atribuida al auge de la denominada Web 2.0 y que se materializa principalmente en el surgimiento de diferentes plataformas que aglutinan identidades virtuales e infinidad de detalles profesionales y personales en bases de datos relacionales, las cuales pueden mostrar mediante interficies usables y amigables tanto el grado de relación entre usuarios como la actividad de consumo y producción informacional de los mismos.
Un buen ejemplo de ello sería la red de Facebook, un proyecto que basa la fórmula de su incuestionable éxito de participación (cuyas estadísticas vertiginosas se pueden consultar aquí) en la posibilidad de que los participantes accedan a la información pormenorizada de la actividad en el sistema de los otros usuarios que tiene registados como amistades, así como de instalar modularmente diversas aplicaciones relacionales y lúdicas que son desarrolladas por terceros (gracias a una estrategia de difusión basada en la apertura del código que configura la plataforma, que debería su filosofía a otra tendencia de Internet como es la de la transparencia tecnológica y estructural, heredera a su vez del ámbito del desarrollo del software libre).
Pero si en cuanto a los blogs cabía cuestionarse la posibilidad de hasta qué punto las dinámicas comunicativas que generan podría suponer una influencia en la agenda política del momento, así como si su uso puede derivar hacia una mayor implicación individual en ese ámbito y en general el de la participación ciudadana, se observa que lo político cobra nuevas formas en Facebook, como por ejemplo en la posibilidad de definir en el perfil personal del usuario sus tendencias ideológicas, o en la capacidad de abrir y sumarse a grupos temáticos que a menudo son de corte reivindicativo, donde cada afiliación está sólo a un clic de distancia y por tanto se establecen constantemente rankings de grupos más numerosos (normalmante de muy baja actividad interna) y constantes iniciativas nuevas que compiten en muchos casos en actualidad y originalidad.
Porque si algo caracteriza a ésa y probablemente muchas otras plataformas de redes sociales y servicios similares, es la instauración en lo comunicativo de la emisión mínima de señal y de la comodidad de relación, que normalmente lleva al discurso y la opinión a su mínimo denominador, y que podría considerarse tiene su equivalente perfecto en el nanoblogging o emisión de frases que resumen el estado y las reflexiones de cada usuario en una relación extrema entre la densidad de la máxima emisión de señal y la mínima extensión de la misma (como por ejemplo mediante la popular aplicación Twitter).
El paradigma de lo abierto contra la performatividad del sistema
Ahora que hemos mencionado la influencia que ha ejercido, respecto a la liberación de las APIs de Facebook, una característica como es la transparencia del código y de los procesos de desarrollo en el ámbito del software libre, esto ejemplificaría sólo una pequeña parte de la tónica generalizada en infinitud de apropiaciones de esa manera de trabajar que se llevan produciendo los últimos años en varios ámbitos de lo que se ha dado en denominar sociedad informacional.
Como analiza Benkler en The wealth of networks, los modos productivos que caracterizan la colaboración descentralizada y distribuida en el campo del software de código abierto, donde por lo general los procesos se abren a la participación con diversos grados de implicación de diferente número de voluntarios (que dedican cantidades de su tiempo y de sus energías a colaborar en el desarrollo de piezas de código, así como otras tareas relacionadas), caracterizan una manera de hacer, de decidir y en última instancia relacionarse que están afectando ya en profundidad a las estrategias de grandes corporaciones digitales como IBM.
Éstas ven en dichas dinámicas la posibilidad de alianza o asimilación que les permite alcanzar cuotas de productividad y de calidad difíciles de lograr mediante modelos productivos tradicionales, y por ese motivo el modelo “abierto” se ha venido tratando de replicar de un tiempo a esta parte en campos como el márketing, el periodismo, la innovación u otros donde idealmente el todo es mayor que la suma de las partes y los costes puedan disminuir en paralelo a la pasión e implicación de los prosumidores en tanto que los mencionábamos más arriba.
Y es que el tiempo disponible para el ocio y el consumo en las sociedades desarrolladas, e incluso los márgenes de dedicación laboral presencial pero no productiva ante un ordenador, pueden suponer también grados significativos de implicación con causas ajenas digamos que de producción digital, una de las grandes promesas del nuevo paradigma informacional y un fenómeno paralelo al abaratamiento de los componentes de hardware que configuran computadores y teléfonos móviles.
Aunque no nos entretendremos aquí en ello, por cierto, dicho abaratamiento es por lo general un factor clave también de la difusión de las TIC, de Internet y de la consecuente digitalización progresiva de la experiencia a la que aludíamos al principio de este escrito, algo que por tanto también puede ser percibido como potencialmente democratizador pero que está preñado de contradicciones en tanto que es responsable, por ejemplo, de incrementar desigualdades y abusos humanos en otras partes del mundo donde tales componentes baratos son extraídos y/o producidos (qué fácil es perder la perspectiva global que debería acompañar cualquier reflexión sobre estos tiempos digitales) gracias a la explotación indiscriminada de la fuerza de trabajo en Asia o de recursos naturales como el coltán en África, motivo de conflictos armados y diversos tipos de corrupción en muchos países.
En cualquier caso, la que finalmente surge como cuestión fundamental al constatar el paradigma de lo abierto (no sólo respecto al código, sino a la tendencia de que la experiencia y el conocimiento explícito se digitalicen y compartan cada vez más entre personas y organizaciones) es que la infinidad de datos generados sea almacenada, transmitida y analizada o transformada de un modo público y transparente o bien en ámbitos restringidos capaces de establecer predicciones y alteraciones calculadas en la sociedad en base a los principios de la cibernética.
Esto es, que de la tendencia exponencial a socializarnos, consumir y trabajar en red, a la vez que refinar nuestra emisión de datos en modos geográficos, semánticos y en general cada vez con más abundancia, detalle y precisión, está con toda probabilidad siendo cada vez más fácil y eficaz predecir tendencias, corrientes de opinión, hábitos y perfiles sociológicos de manera dinámica. En lo que constituye información privilegiada favorecida por el paradigma de lo abierto si éste no rebasa la capacidad de recepción y procesamiento en manos de unos pocos y democratiza de manera radical el acceso a los datos agregados, las herramientas y los posibles algoritmos que barajan toda esa información. Parece lógico pensar que hoy día en ese difícil equilibrio invisible entre prosumidores y procesadores de datos cruzados se traza la diferencia entre nuevas formas potenciales de totalitarismo y de sociedades más libres gracias a las TIC.